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sábado, 16 de enero de 2016

TODOS

Todos me hablaban, pero unos desde sus atalayas y otros desde su ego. Tú me hablaste desde el cariño. Por eso me rompí. Porque entonces me pusiste un espejo delante y fui capaz de verme, de ver lo que estaba haciendo. No estaba defendiendo nada, sólo estaba creando un ambiente enrarecido (sin quererlo, por supuesto), y me encontraba en un callejón sin salida desde el que no sabía hacia dónde moverme. Un callejón doblemente emocional, porque mis emociones dominan a mis pensamientos y me impiden expresarlos, y porque son ellas las que me guían, y no saben hacerlo.







 

Me di cuenta de que no sólo hace falta no juzgar, sino ser capaz de ver más allá de las palabras. Algo que a mí se me da muy mal, pero que cuando me hablan con cariño, y al mismo tiempo, sin una gota de lástima, de pronto escucho, veo y entiendo lo que hasta entonces no podía. Tal vez por eso, algunas personas se sienten más comprendidas por animales que por otras personas, porque los animales no pueden ni juzgar comportamientos, ni entender las palabras. Y por eso, a veces, llegan más lejos que las personas.


Deirdre

martes, 31 de marzo de 2015

LOS BIEN LLAMADOS LOCOS
LOS OBJETOS IMPOSIBLES DE BORGES






Esos locos geniales, que nos hacen sonreír o nos dejan con la boca abierta con sus divinas locuras, se merecen un paso aparte, una nota de las gordas a pie de página.

Hoy quiero tocar una locura en especial, la de Jorge Luis Borges, un argentino genial que le dio al mundo de la fantasía un toque único e inimitable, y tomó una senda por la que nadie ha sabido seguir.

Este autor tan especial para mi, nació en Buenos Aires, a las puertas del siglo XX, en 1899, y murió en Ginebra, a punto de cumplir los ochenta y siete años de vida. Nos dejó muchos textos, de los que no destaca, en mi opinión, ninguno, pues todos son inigualables.

Yo accedí a Borges a los dieciséis años, de manos de mi hermano. Ya por entonces, lo sabréis si me seguís, sufría yo depresiones y comenzaba mi andadura por el TLP, sin saberlo. También me comenzaba a tomar en serio esto de escribir. Por entonces, muy influenciado por "El Señor de los Anillos" de Tolkien, me atraía la fantasía. Tanto era así que yo, como otros tres o cuatro amigos, comenzaba una novela de espada y brujería emulando al autor británico, sin caer en la cuenta de que casi lo plagiaba. También me regalaban por cualquier excusa libros de este tipo de fantasía que florecían como los tréboles en un campo primaveral. Pero, ay, pronto descubriría que esto de la fantasía no era sólo un mago malvado y un par de dragones; llegó a mis manos "El libro de arena" de Borges.

¿Cómo os puedo comentar este libro de cuentos? Tal vez deba comenzar por comentaros el cuento en si.

El libro de arena (me refiero al objeto imposible que da título al cuento, no al cuento en sí) es un magnífico objeto. Para empezar, por mucho que lo intentes, no puedes encontrar la primera página ni la última, siempre quedarán un par de páginas por pasar hacia adelante o hacia atrás. Si lo abres al azar, fíjate bien en lo que lees, pues es casi imposible que vuelvas a encontrar esa página, la cual está numerada al azar, y tan pronto te puedes encontrar una página baja como, digamos, la 203, como una casi imposible de numerar, como el 178.198.186.183, y pueden estar una al lado de la otra. Es, sin duda, un libro de arena.

Este cuento me impactó. Cambió mi modo de ver literatura, y me dirigió, en mis escritos, hacia una nueva meta.

Hay otros dos objetos imposibles, que os quiero comentar, salidos de la mente de este loco maravilloso. El primero no es un objeto, sino un punto en el espacio. Se llama Aleph, y si lo miras directamente puedes verlo todo. Y cuando digo todo me refiero a TODO, en el más amplio sentido de la palabra. Pasado, presente y futuro en todas partes y lugares vistos en un sólo instante, en el tiempo que transcurre entre un segundo y otro. Mirar al Aleph directamente te puede hacer perder el juicio.

Y el tercer objeto que conocer es el disco de una sola cara. Que es, exactamente, eso, un disco que sólo se puede ver por un lado.

Estos tres objetos imposibles son, sin duda, fruto de una locura genial, la de Jorge Luis Borges, autor que no se puede dejar de lado en esta vida, y que recomiendo leer en profundidad.

Yo conocí a Borges a los dieciséis, y a mis cuarenta y tres sigo leyéndolo y sumergiéndome en bibliotecas que lo quieren abarcar todo o en la mente de un joven que no puede olvidar nada. Este autor mandó en la fantasía y no ha sido igualado hasta ahora, su modo de relatar es melancólico y terrible. Adoraba a Poe y Maupassant, y bebió de otros locos maravillosos. Por favor, no lo dejéis pasar de largo.

Otto Oswald

domingo, 22 de marzo de 2015

LOS MAL LLAMADOS LOCOS

La palabra "loco" siempre me ha sonado divina, aunque el personal la use como arma arrojadiza despectiva. A mi me encanta, tiene mucho en su interior. El loco distingue una realidad tan valida como la del común de los mortales, y por norma suele ser una nueva maravillosa realidad, aunque, lo admito, también puede ser una pesadilla. Sea como sea, la locura siempre me ha parecido sinónimo de sensibilidad. Una locura bien encaminada suele producir una magnífica creatividad. Por eso hay locos bien llamados locos y locos mal llamados locos. Otro día hablaré de los bien llamados locos.

¿Qué pasa con esos que decimos que estaban o están locos y sólo eran unos meros animales, meras bestias? Me refiero, por supuesto, a aquellos que dedicaron su vida al sufrimiento ajeno. Como Hitler. Se ha dicho muchas veces de él que estaba loco, y yo creo que sencillamente era una víctima de la estupidez y la ignorancia. Hitler era supersticioso, casi analfabeto y corto de miras; no se merece el divino adjetivo de la locura en su biografía. Ocurre lo mismo con otros dictadores, todos conocéis unos cuantos, con mirar un pelín alrededor nos encontramos varios.

Otros mal llamados locos son los violadores, maltratadores extremos o asesinos en serie. Cuando conocemos las andanzas de un pederasta se nos escapa un "¡Dios mio!, que locura!", y de locura nada señoras y señores, es mera maldad, ignorancia supina y estupidez. Corren por la red unas páginas nada recomendables donde los pederastas justifican sus actos, diciendo que ellos son los auténticos amantes de la infancia. Pero esta justificación no es locura, es, no me canso de repetirlo, ignorancia.

El castellano, como el resto de las lenguas oficiales del estado, como el catalá o el galego, es muy rico y variado, y debemos buscar los adjetivos adecuados para este tipo de ignorancia. Os reto a buscarlo, os sorprenderéis de la cantidad de posibilidades que hay sin entrar en el pozo para todos de la locura. Sigue buscando, ya saben ustedes.

En la locura esta el tono despectivo, pero no hay un tono criminal, si llamamos a uno de estos ejemplos locos estamos justificando su conducta, y el termino debe ser utilizado con cuidado. Dali estaba maravillosamente loco; Charles Mason no estaba loco.

Un iluminado tampoco es un loco. Una persona que mueve a la sociedad a la que puede llegar a representar a la guerra y la venganza no es un loco, es un mal iluminado que busca una excusa para saciar su sed de violencia. Hablo, desde luego, de los terroristas. ¿Cómo se puede decir de alguien que mueve a la Guerra Santa que es un loco? De nuevo lo justificamos. Si realmente todos estos individuos fueran locos no deberían ser perseguidos por sus actos, si no por su estado mental, para intentar curarlos de su locura, y no es este el caso en absoluto. Alguien que usa una niña de ocho años como bomba viviente no es que no esté en su sano juicio, más bien es que carece de escrúpulos y valor.

Ghandi, otro loco magnífico, rechazo la violencia, y sin levantar una mano alcanzó sus objetivos. Si en realidad hiciese falta una Yihad, debería ser por medio de la palabra, no del puñal y la bala. Otro buen ejemplo es la independencia de Cataluña o Euskadi. Me explico; poco a poco, y sin violencia, Cataluña está más cerca de la independencia que Euskadi. Si al final estas dos comunidades culturales (odio hablar de fronteras) alcanzan esa independencia, será con la palabra y la tenacidad, y gracias a auténticos locos como Ghandi.

Y aquí me quedo. He prometido hablar de los buenos locos, los bien llamados locos, y lo haré. Porque no todo va a ser mal rollo en la enfermedad mental

Otto Oswald.

sábado, 14 de marzo de 2015

El sello de los malditos




                                     
                           EL SELLO DE LOS MALDITOS

Ir por la vida sufriendo una enfermedad mental es llevar la marca de Cain. Es curioso como se ha sensibilizado a las personas sobre otras dolencias o, también, sobre lacras y prejuicios como la violencia de genero o la homofobia. Sin embargo la enfermedad mental sigue en una bruma.

Sea como sea, el trabajo de concienciación en otras áreas me da esperanza de que a lo largo del Siglo XXI la enfermedad mental dejará de ser tomado como algo peligroso. Y la cosa no va mal. La primera vez que acudí a un psiquiátrico, con dieciocho años y en plena noche, aquello desoló a mi familia por el aspecto que ofrecía; las paredes grises llenas de manchas y desconchones en las paredes, los pacientes vagando por los pasillos a las dos de la madrugada, con batas tan desgastadas como las paredes, llenos de sedantes y antisicóticos hasta las orejas. Mi madre se negó a dejarme allí ingresado. Y unos quince años después repetí la visita. En ese momento era un lugar limpio y bien cuidado, con motivos alegres aquí o allá, con profesionales que no brillaban por su ausencia, sino todo lo contrario, siempre presentes, y había hasta un jardín bien cuidado. En esa ocasión si me quedé, y aunque no fue la mejor experiencia de mi vida (fue horrible, ya lo he dicho en otras ocasiones) al menos me sentí cómodo.

Es el sello de los malditos. La tele lo grita, y mi psiquiatra se indigna, cada vez que hay un crimen horrendo los noticiarios dejan caer la coletilla de "el presunto tenía antecedentes psiquiátricos". Olé.

Si no está bien decir que todos los curas son pederastas, que todos los musulmanes son yihaidistas, que no todos los gitanos son ladrones, entonces; ¿por qué es tan temible para el público en general las palabras "enfermedad mental"?

En el CSM adonde acudo para mis visitas psiquiátricas hay siempre un tríptico disponible para nuevos pacientes en el que se explica que no está solo. Es un buen comienzo para el que se enfrenta por primera vez a esto, y es mejor porque también está pensado para familiares. Un pequeño paso más. Pero me gustaría más que saliese por televisión y en las vallas publicitarias. No sé que lema le pondría. Aunque para eso hay creativos.

Y digo yo; ¿todos esos personajillos públicos, desde el presidente del gobierno hasta la voz de moda, no han pasado nunca por una depresión o una crisis de nervios que le hayan recetado un orfidal? Si nuestros ilustres ciudadanos esconden como una lacra todo rastro de inestabilidad nerviosa, me parece normal que sigamos siendo la marca de Caín. Y es que he visto al rey en muchos sitios, hasta en cárceles, pero nunca de visita a un psiquiátrico. Tendrá miedo, supongo, y al fin y al cabo, ¿a quién le importamos si muchas veces hasta tus familiares te rehuyen y los amigos te abandonan? No quiero ser llorica, pero repetiré la pregunta; ¿a quién le importamos?

Otto Oswald

viernes, 21 de noviembre de 2014

Dia de los derechos de la infancia

Lo que más duele, como suele ocurrir con estos conmemorativos días, es que sea necesario recordar que los niños tienen derechos, y que haya que redactar estos derechos como si no fuesen ya de por sí evidentes.

Ser padre es difícil, ser padre soltero más, y peor sí eres un enfermo mental. En esta situación me ha costado mucho mantener a mi hijo en el interior de sus derechos. Me he visto obligado a recurrir a la ayuda de mi madre, y es que las madres son así, y también tienen su día conmemorativo. Pedir ayuda no es malo, y menos si lo haces para cuidar a un niño, lo malo es no recibir esa ayuda (que no es mi caso). El que se queda desamparado es el niño o la niña, recibe una educación desajustada, se ve obligado a sufrir una madurez temprana, pasa por una etapa de abandono, y crecerá viendo la realidad del mundo distorsionada por lo que la sociedad le ha dado.

No nos engañemos, niños así los hay también en el pulcro mundo occidental. No hace falta irse a Burundi para ver niños pobres y sin educación, pasando hambre. Basta salir a la calle y toparnos con la primera desgracia del día; algún crío obligado a mendigar.

¿Quién es el responsable? Bueno, todos lo somos en alguna medida, y no basta con apadrinar un niño para lavar nuestra conciencia. Apadrinar un niño está muy bien, sin embargo es mejor manifestarse en la calle para forzar a tu gobierno a que haga algo útil de una vez. Porque, dejemonos de chorradas, los responsables del bienestar de la gente en general, y de la infancia en particular, son los gobiernos. No sirve de nada que nos conformemos con votar, hay que actuar, tomar la calle y exigir la decencia que se nos debe. Y esa decencia no está en los millones que cobran o roban los políticos que forman los gobiernos, eso es el chocolate del loro. La decencia está en acudir a los rincones del mundo donde la infancia es un infierno, y dotar a esos rincones de agua corriente, escuelas, campos de labranza, industria propia... Me ataca caer en dogmatismos de tal evidencia.

¿Hasta dónde tenemos que aguantar esta vergüenza? La respuesta está en el viento.

Otto Oswald

viernes, 14 de noviembre de 2014

El ansia de morir


Prácticamente todos los que han pasado por una enfermedad mental han pensado en el suicidio alguna vez, y, pasado un tiempo, han hecho al menos un intento tímido de quitarse la vida.

En mi caso, la idea del suicidio me sorprendió por primera vez a los catorce años. La mezcla del miedo a la muerte y ansias de morir me han mantenido en una cuerda floja de dolor. Si; me he intentado suicidar varias veces, aunque no entraré en detalles aquí porque no es el lugar ni el momento.

El problema está en la desesperación. Me he sentido a veces tan inmerso en el miedo a la muerte que la única salida ha sido entregarme a sus brazos y a la guadaña que porta. Y es que tengo un terror mórbido a morir. Aun en este, digamos, ecuador de mi vida, me da la sensación de que me queda poco tiempo, y esa idea me quita el sueño y me destroza durante días. A estas alturas de la película ya apenas puedo ver por televisión la mayoría de series, películas o noticias en las que se hable de una muerte, ya sea de un bueno o de un malo. En los casos en los que me enfrento a ello, incluso en la ficción, me golpea una desazón sin igual que me recuerda que tengo fecha de caducidad, lo cual me enferma. Hace tiempo esta era la única idea; recordarme mi propia fugacidad. Sin embargo ahora es peor, pues sufro la muerte de cualquiera como la mía propia. No aguanto la idea de que alguien, sea como sea de cara a la sociedad, pierda la vida y caiga en la Nada que nos aguarda al otro lado. Esta idea de la Nada se me metió en el alma ya a los quince años, cuando me leí La Historia Interminable, de Ende. Para el que no conozca la novela, el centro del argumento está en que la Nada, un vacío absoluto, se come poco a poco el reino de Fantasía. Todo acaba bien, claro, cuando Bastian, el lector de la Historia Interminable y protagonista de la misma, salva a la Emperatriz. La cuestión es que ese concepto de Nada, de vació, de no existencia, me inundó ahogándome en él, y ya no me dejó. Bien es cierto que ya había coqueteado con la idea desde antes de esta lectura, aunque hasta entonces no se me hizo patente. ¿Cómo, entonces, alguien que acepta este criterio de después de la vida puede pensar en el suicidio?; bien, cuando llevas una semana casi en completa vela por temor a la Muerte, cuando ya no hay nada más salvo esa Nada inundando tus horas, cuando se acaban las lágrimas por miedo, en ese momento la idea de desaparecer no parece tan terrible.

Ahora está siempre patente, pero de otro modo. Pienso que me queda la mitad de la vida por delante, y aunque no sé que he hecho con la mitad de la vida que ya he pasado, me da la impresión de que voy haciendo las paces conmigo mismo, y de que, pasados los años, asumiré la idea de morir con buen talante y sin miedos.

Lo que no me abandona hoy por hoy no es la ideación de morir, sino la ideación de querer morir. Es decir, sufro tanto que (lo digo con miedo, por aquello de cuidado con lo que deseas) veo la muerte como única fuga. Esto es estúpido. Desde tiempos inmemoriales el ser humano se ha enfrentado al vacío de diversas formas, creando, por ejemplo, un Paraiso después del momento trémulo del último suspiro. Yo no tengo creencias religiosas, mi racionalidad lo impide. Otro modo es alcanzar la inmortalidad al estilo de Cervantes o de Alejandro Magno, participando en la Historia, con mayúscula, de modo que siempre se te recuerde. Esto también es efímero, pues no podrás disfrutar de tu triunfo una vez entrado en la Nada. Aun así persiste la idea de quitarme la vida, como un coqueteo mortal. No pretendo con esto decir que esa idea es normal, más bien pretendo servir de ejemplo; alguien con un miedo cerval a la Muerte que coquetea con ella. Terrible.

Supongo, como dije al principio, que todo el que tiene problemas de salud mental han pasado alguna vez por este trance de querer quitarse de enmedio. Pues bien, no lo magnifiquen ustedes, amables lectores, si son uno de ellos. No es nada magnífico, ni nos hace más interesantes, ni menos importantes, ni nada de nada. Tan sólo es un trance por el que debemos pasar todos los que sufrimos el dolor en vida que es no tener, a veces, la mente en su sitio.

Entiendase que no es necesario una enfermedad mental para ser un suicida en potencia. Cualquiera puede serlo en un momento de dolor, y la conclusión es la misma para todos; pregúntense si está preparado para afrontar el vacío, la Nada (perdonen el efecto moraleja).

Otto Oswald.

sábado, 8 de noviembre de 2014

El estado de la felicidad


La enfermedad mental parece sumirte en un estado constante de infelicidad. Conocí a una muchacha en uno de mis ingresos cuyo mayor problema era el temor a caer de nuevo en crisis y perder el "estado de felicidad". De este modo, en el eterno temor, no encontraba nunca su felicidad, y se pasaba el día llorando literalmente. Se te partía el alma al verla llorar, afirmando que nunca sería feliz, cuando lo único que debía hacer era olvidarse de la enfermedad.

Ésta muchacha sufría psicosis, y sus crisis eran mínimas y muy alternadas en el tiempo. Lo malo era que jugaba en la cuerda floja. Nunca sabía cuando iba a caer en crisis psicótica, y ese estado de alerta la llevaba al llanto.

Quiero decir que es facil decir carpe diem a quien sufre, pero eso no basta. La mayor estupidez que se le puede decir a alguien que sufre una enfermedad mental es aquello de "anímate". Yo afirmo que esa palabra es una majadería. Con el dichoso "anímate" nos quitamos el problema de encima, eliminamos nuestra responsabilidad; ya hemos hecho lo correcto animando al que sufre. No se dan cuenta estos pobres ignorantes (al fin y al cabo no es mala idea, sólo ignorancia) del daño que hace esa palabra, no caen en la cuenta de que cuando lo dicen, el sufriente aprieta los dientes por sentir que es estúpido y que, en realidad, basta con eso, con animarse. La culpabilidad crece; ¿por qué no me animo?, piensa.

El caso está en que el estado de felicidad se alcanza cuando se acepta que vendrán crisis, y cuando se tienen herramientas para sufrirlas, y de este modo disfrutar de los interludios de calma. Aun así, la medicación, las miradas, la terapia, todo lo que rodea a la enfermedad mental aun en estado de paz, te recuerda que el problema sigue ahí, y eso dificulta tomar perspectiva.

Lo que quiero decir es que no es un proceso sencillo. En esos intermedios lo más necesario es rodearte de risas, porque aquí surge la otra frasecita doliente; "¿estás bien?". Y así, el mismo que te pide que te animes, te recuerda cuando tienes la mente desviada que sí, que estás enfermo. ¡No lo olvides! Puede que mañana, o en una hora, o al instante siguiente, caigas en un delirio y estropees la fiesta de Nochevieja en la que todos están tan felices. Y terminas por farfullar una excusa para largarte de allí y llorar en una esquina.

¡Cuidado!, no escurro el bulto. Si te instalas en el miedo es culpa tuya, pues hay que aprender a sonreir ante este tipo de frases; ellos no son malos, lo único de lo que pecan es de preocupación por nosotros, y no saben hacerlo de otro modo. Tu labor es educar a los que más quieres para que te rodeen de un ambiente sano.

El estado de felicidad lo encontrarás en la comprensión, tanto de tu mundo interior, como del mundo de los que te rodean.

Otto Oswald.